Seducen a millones de seguidores en
todo el mundo y su rapidez las convierten en objeto de deseo. Mientras,
los expertos alertan contra ellas al tiempo que afirman que sirven para
perder peso más que para adelgazar. ¿Cómo funcionan?
La dieta saludable
HIDRATOS DECARBONO.
Entre el 50 y el 60% de la ingesta diaria. (Arroz, pasta, cereales de
desayuno, pasas, patatas, maíz, pan, legumbres como garbanzos, judías
blancas o lentejas, alcachofa, berenjena, remolachas, zanahorias,
calabacín, puerros…)
PROTEÍNAS.
Entre un 10 y un 15% de proteínas (carnes; pescados como bacalao, atún,
sardinas, merluza, pescadilla, lenguado; mariscos; embutidos magros
como el lomo embuchado o el jamón serrano; soja, champiñones...)
LÍPIDOS O GRASAS.
Entre 30 y 35% de lípidos o grasas (el nivel máximo en una dieta rica
en grasas insaturadas como el aceite de oliva). A la hora de calcular
hay que tener en cuenta que las carnes, por ejemplo, también son ricas
en grasas.
Para seguir luciendo palmito, ponernos en forma antes de
salir de vacaciones o recuperar la figura tras la vuelta muchos elegirán
dietas rápidas para quitarse esos kilitos de más. Pero según los
expertos esto no es posible porque la grasa no se va de la noche a la
mañana y la bajada de peso inmediata se debe más a la pérdida de agua y
de masa muscular.
De entre estas dietas que prometen unos resultados
increíbles en un tiempo récord destacan, por estar de moda y ser las más
rápidas, las llamadas hiperproteicas (como la dieta Dukan).
¿Cómo es posible perder peso tan rápido?
Al ser dietas basadas esencialmente en una ingesta muy
elevada de proteínas y una mínima, y a veces nula, ingesta de hidratos
de carbono, perdemos peso por los mecanismos que nuestro organismo se ve
obligado a poner en marcha para producir combustible energético para
los órganos y las células: «Cuando una persona está varios días sin
tomar hidratos de carbono, el organismo comienza a tirar, en primer
lugar, de los depósitos de glucógeno, que es la forma en la cual se
almacenan en nuestro cuerpo los hidratos de carbono», explica la experta
Ana María Montero, profesora de Nutrición de la Universidad San Pablo
CEU.
El glucógeno tiene una peculiaridad, que es la de
almacenarse junto a agua, con lo que al haber una caída de estos
depósitos se produce una pérdida de agua que, desde el primer momento,
se traduce en una pérdida de peso. Aunque hay células, como las
nerviosas, cuyo combustible es la glucosa, otros órganos pueden tirar de
otras fuentes, es entonces cuando el organismo comienza a movilizar
grasas: «Eso, a priori, es lo interesante de una dieta. El problema es
que en este caso la movilización de grasas es un poco incontrolada»,
afirma la experta.
Lo que sucede entonces es que estos ácidos grasos se
transforman en el hígado en cuerpos cetónicos, como resultado de que
nuestro cuerpo utiliza las grasas en lugar de los azúcares para generar
esa energía de la que resulta el combustible necesario: «Se produce lo
que se llama una acidosis metabólica que, a la vez, da lugar a una
pérdida de apetito, algo que también es interesante en ese tipo de
régimen de adelgazamiento» señala Montero, pero «como el organismo sigue
necesitando glucosa comienza a movilizar masa muscular para producirla a
partir de los aminoácidos».
De este modo, nos encontramos con dietas de adelgazamiento
en las que hay una bajada de peso muy grande porque ha habido una
pérdida de agua y de masa muscular. Así estas dietas, a largo plazo,
pueden suponer un riesgo «porque como te dejan tomar alimentos
hiperproteicos normalmente hay una ingesta elevada de aquellos que son
de origen animal que, además de proteínas tienen grasas saturadas que
puede producir problemas de aterogénesis (cardiovasculares)», señala
Montero.
No es el único problema cuando alargamos en el tiempo estas
dietas, ya que al metabolizar tanta proteína, que de por sí es alta en
nuestra dieta habitual, se puede dar una sobrecarga hepática y renal,
amén de problemas de deshidratación y, en el caso de mujeres que están
en la menopausia, la acidosis metabólica de la que hemos hablado puede
producir problemas óseos o agravar la osteoporosis.
«Como por lo general estas dietas se hacen en cortos
periodos de tiempo y las personas que las llevan a cabo están sanas no
suelen producir problemas, pero a largo plazo estos como hemos visto
pueden ser graves», indica la experta en Nutrición a la par que indica
que «hay gente que está a favor de estas dietas porque dicen que motivan
al paciente, pero siempre y cuando vayan acompañadas de una buena
educación nutricional y de una dieta de mantenimiento que incluya todos
los grupos de alimentos».
El problema de las dietas ricas en hidratos de carbono y las disociadas
Dentro de este grupo de dietas excluyentes se encuentran
también las ricas en hidratos de carbono pero sin grasas y sin proteínas
(como la del Dr. Haas), cuyos resultados se deben a que son dietas
hipocalóricas que puede ocasionar carencias en vitaminas hiposolubles y
proteínas, y las ricas en grasas (como la Atkins) que se basan en
eliminar casi por completo los hidratos de carbono, por lo que funcionan
como las hiperproteicas.
Estas dietas cetógenas pueden producir aumentos del
colesterol y los triglicéridos, entre otros daños, y producen sensación
de náusea (debido a la cetosis) que conducen al que las practica a comer
poco.
Tras estas, se registran otros dos grupos de dietas: las
disociadas y las hipocalóricas. Las dietas llamada disociadas que hay en
el mercado se basan «en la incompatibilidad que tienen los nutrientes
al absorberse y que engordan según su combinación. El problema es que, a
priori, esto no es cierto porque por combinar alimentos sin más no se
engorda más o menos», explica Montero.
Estas dietas permiten ingestas sin límites, pero sin
mezclar hidratos de carbono con grasas o proteínas, algo muy difícil de
llevar a cabo, y conllevan un riesgo basado en que para mantener el
suministro de glucosa se produce una pérdida de proteínas, tal y como
indica la Sociedad Española para el Estudio de la Obesidad (SEEDO).
Además, y como señala la experta de la San Pablo CEU, en la
mayoría de ellas se vuelve al caso de las anteriores ya que suelen
limitar la ingesta de hidratos de carbono al prohibir alimentos como el
pan, la pasta o el arroz. Solo podrían ser adecuadas si no fueran
restrictivas.
Las hipocalóricas
El tercer grupo de dietas lo componen las hipocalóricas,
que son las usadas en el tratamiento contra la obesidad. Las dietas
bajas en calorías pretenden conseguir un balance energético negativo, es
decir, que entren menos calorías de las que salen. «Debe ser
equilibrada en cuanto a los nutrientes, y se debe adecuar a los gustos,
costumbres y horarios de los pacientes. Hay que procurar que no
represente una ruptura con la dieta anterior o, por lo menos, que la
transición sea progresiva. Es importante que sea variada, para que el
paciente no caiga en la monotonía y abandone el tratamiento», informa la
SEEDO.
El problema de estas dietas llega cuando son
desequilibradas, se hacen sin una supervisión médica, se disminuye
drásticamente la ingesta de energía o, incluso, se saltan comidas y se
practican ayunos poco recomendables.
Es entonces cuando son altamente peligrosas y pueden
causar, entre otros trastornos, deficiencias de nutrientes y llegado a
un extremo desnutrición. Al final, tal y como señala el doctor Jesús
Román, presidente de la Fundación Alimentación Saludable y de la
Sociedad Española de Dietética y Ciencias de la Alimentación, «todas las
dietas ‘mágicas’ que aparecen cada cierto tiempo son coincidentes:
restringen grupos amplios de alimentos y lo que realmente hacen es, por
esta causa, reducir el total de energía (calorías) ingerida. Por esa
restricción, a medio y largo plazo, pueden ser contraproducentes para la
salud al producirse malnutrición».
Efecto yoyó
Se estima que la obesidad, y no todos los que se ponen a
dieta voluntariamente tienen ese problema, afecta a 150 millones de
adultos y 15 millones de niños en Europa, en resumen al 20 y al 10 por
ciento de la población respectivamente. El problema preocupa y mucho a
los expertos, que no dudan en señalar que si bien hay que concienciar a
la población de la importancia de tener un peso normal, esto no se debe
conseguir de ninguna manera a cualquier precio. La recuperación del peso
perdido tras una dieta de adelgazamiento es un fenómeno habitual que
repercute muy negativamente sobre la salud y al que con frecuencia no se
da importancia, y eso es lo que suele suceder con todas estas dietas
llamadas yoyó.
Este efecto se produce porque el balance energético que
regula el peso corporal reduce o aumenta el gasto energético dependiendo
de la ingesta, pero con una clara tendencia al ahorro de energía, de
forma que si se aumenta la ingesta se incrementa levemente el gasto,
mientras que si se aminora la ingesta la reducción del gasto es mucho
mayor.
Es decir, la respuesta tiende claramente a preservar la
grasa corporal como reserva energética. Además de este efecto yoyó,
estas dietas no equilibradas «pueden causar problemas sobre el
metabolismo, la función renal, ocasionan deficiencias vitamínicas y
caída del cabello, entre otros efectos nocivos», previene la doctora
Susana Monereo, coordinadora del Grupo de Trabajo de Obesidad de la
Sociedad Española de Endocrinología y Nutrición (SEEN), y añade: «Solo
se debe perder el peso que uno vaya a ser capaz de mantener en función
de los cambios que sea capaz de realizar en su estilo de vida».
Lo mejor para adelgazar es saber que una dieta solo es
efectiva si la podemos incorporar a nuestra vida social y que siempre
debe esta supervisada por un especialista.
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