Tiene tantos nombres como lugares donde ha sido detectada. En Sudamérica se le conoce como 'burundanga', 'cacao sabanero' o 'borrachero'. Los países anglosajones la han bautizado con el acrónimo DFSA ('drug facilitated sexual assault'), que significa droga que facilita el asalto sexual. En Francia se ha acuñado el término sumisión química para referirse a ella, y España ha adoptado esta misma denominación. Es la escopolamina. La droga de los violadores.
Desconocida para la mayoría, esta sustancia es, en realidad, un alcaloide que se obtiene de un árbol nativo de Centroamérica. Su uso, frecuente en aquellos lares, se ha ido extendiendo de modo sigiloso al resto del mundo. El forense José Manuel Burgos Moreno alertó durante los cursos de verano de la Universidad Internacional de Andalucía (UNIA) de los riesgos de esta sustancia, que provoca en la víctima un estado de sumisión y amnesia que aprovechan los agresores sexuales. «Desconectas del entorno», explica a este experto. «Puedes llegar a estar consciente y con los ojos abiertos, pero no te opones ni ofreces resistencia. Te convierte en un muñeco en manos de alguien».
El forense asegura que en los últimos años se han detectado en la zona casos sospechosos de violaciones mediante el uso de narcóticos y que representan entre el cinco y el siete por ciento del total de agresiones sexuales en la provincia. «Empezaron a producirse hace dos o tres años, y van en aumento», advierte, y dice que se extienden por toda Andalucía.
Los testimonios de las víctimas, casi siempre mujeres jóvenes, son coincidentes. Estaban en una discoteca tomando unas copas cuando, de repente, empezaron a sentirse mal y se separaron del grupo. Más tarde, recobraron la consciencia en un lugar sin saber cómo han llegado hasta allí. «Aparecen medio desnudas, o se dan cuenta de que tienen la ropa interior rota, manchada o que se la han quitado. Pero tienen una laguna en la que no recuerdan nada», afirma el especialista.
La escopolamina puede suministrarse en polvo o en pastillas que el agresor sexual vierte en la bebida de la víctima -suele estar asociada al consumo de alcohol- sin que ésta se dé cuenta. «Por eso es muy importante no perder de vista la copa ni aceptar consumiciones de desconocidos», aconseja el médico forense.
Las víctimas no solo son mujeres. Según un estudio de la Facultad de Medicina de la Universidad de Santiago de Compostela (2008), también hay casos descritos de varones que han sufrido robos o de menores en manos de pederastas. El perfil del agresor es variado, aunque -según esta investigación- en un 70 por ciento de los casos es una expareja, un amigo o un conocido de la víctima.
La sumisión química tiene efectos inmediatos sobre quien la consume, voluntaria o involuntariamente, que desaparecen al cabo de unas horas. Sus síntomas a veces se confunden con una borrachera. Además de amnesia, suele producir desinhibición, sedación y un estado alucinógeno que lleva a la desorientación.
La dificultad para detectar esta sustancia se ha convertido en su principal aliado. Las víctimas tardan una media de 20 horas en pedir ayuda, bien por el efecto de la droga, bien por la sensación de vergüenza. «A esas alturas, la droga puede haber desaparecido ya del organismo», señala José Manuel Burgos, quien recomienda acudir rápidamente a las Fuerzas de Seguridad.
El forense subraya que los centros sanitarios españoles tampoco están preparados para el análisis de estas muestras, que requieren técnicas químico-toxicológicas específicas. Además, en la mayoría de los casos apenas se observan las lesiones propias de una agresión sexual, ya que la víctima, por su estado de sumisión, no ofrece resistencia.
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