La vigorexia es la enfermedad
inversa a la anorexia que lleva a los que lo padecen a realizar
compulsivamente ejercicios para elevar su volumen
(IDEAL GRANADA)
IVÁN GURREA | MADRID
La dismorfia muscular, más conocida como vigorexia, es
una enfermedad basada en un trastorno obsesivo por el físico. Los que la
padecen tienen el deseo de aumentar su masa muscular constantemente,
debido a que ellos mismos se encuentran con carencia de tonicidad y no
están satisfechos con su físico. Es el caso inverso a la anorexia. Es
decir, los vigoréxicos, en su mayoría hombres, se miran al espejo y se
ven fofos, lo que provoca que se pongan compulsivamente a hacer
ejercicio de aumento de masa muscular.
La obsesión por elevar su volumen y su tonificación deja
de lado muchas cosas. La persona que sufre vigorexia es capaz de
rechazar actividades de ocio y culturales, citas con los amigos e
incluso se encierra diariamente en un gimnasio durante muchas horas para
cambiar su autoestima y su imagen corporal. En ocasiones, este
trastorno psicológico puede provocar el aislamiento de la sociedad, ya
que la baja autoestima de la persona le incita a ocultarse por miedo a
que los demás le rechacen al no tener el mejor físico de todos. Los
descansos en los vigoréxicos están prohibidos, debido al temor de que un
músculo pierda algún centímetro de volumen.
Esa baja autoestima induce a la ingesta de alimentos que
únicamente aportan proteínas e hidratos de carbono, además de
complementarlos con esteroides y anabolizantes. Cambian la dieta
radicalmente y ese contraste puede hacer que el organismo se resienta.
La adicción a la báscula es un hábito y este desorden
psicológico y dietético puede llegar a ser mortal. Sobre todo, porque
puede producirse la falta de llegada de sangre a los músculos que
padecen artrofia. Además, el riesgo de sufrir un infarto de miocardio
aumenta, debido a la fatiga constante a la que someten su cuerpo. Los
vigoréxicos no son conscientes de su enfermedad y creen que todo lo que
hacen es positivo para su salud y su organismo. El tratamiento
psicológico intenta abstraer al paciente de esa enfermedad y hacerle ver
desde fuera que puede ser estimado igualmente por la sociedad. Además
será fundamental que aprenda a valorar su autoestima con generosidad.
El ejercicio físico es recomendable, pero con ciertos
límites en cuanto a esfuerzo y tiempo. Los extremos no son buenos. Ni
doce horas diarias en el gimnasio, ni cero. Con un tiempo estimado entre
media hora y dos horas diarias, o alternando un día sí y otro no, será
suficiente. Tampoco será una tragedia si el deportista decide tomarse
una semana de descanso para retomar la actividad física con muchas más
ganas. En una semana perderá muy poca tonicidad pero cuando vuelva a
ejercitarse verá que dispone de la misma fuerza y su ambición habrá
aumentado.
Lo importante es aprender a valorarse a uno mismo y estar satisfecho con su cuerpo sin pensar en el qué dirán.
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