Las ayudas se acaban en 2013 y los 309 agricultores que quedan tienen que elegir entre seguir o cambiar de cultivo
A las seis de la mañana, cuando todavía no ha salido el
sol y las gotas de rocío inundan el ambiente, Fernando ya está en pie,
en su plantación de tabaco, en la Vega de Granada cercana a Atarfe,
dispuesto a cargar las matas que cortó la tarde anterior en el tractor.
Hasta las ocho se dedica a esta dura tarea y a trasladar las hojas a
sus secaderos, situados en Purchil, uno de ellos de obra y otro con
estructura cubana. Allí dedica el resto de la mañana a colgarlas, de
tres en tres, boca abajo. Todo tiene su sentido: no pueden cortarse y
trasladarse enseguida porque se rompen; hay que dejarlas reposar para
que pierdan el agua; no pueden estar mucho tiempo a la espera de ser
colgadas porque comenzaría la fermentación... Conocimientos que los
cultivadores de tabaco, como Fernando Martínez, llevan toda su vida
aplicando. Pero hoy en día no ven muy claro su futuro.
Un duro trabajo que este año, seguramente, al igual que
pasó el anterior, no recibirá un beneficio suficiente como para cubrir
toda esta mano de obra. Las producciones de tabaco llevan varias
campañas en el alero, consumiéndose como si fuera la última.
Fernando Martínez lleva desde los 14 años dedicado al
cultivo de esta planta que luego trae tanta satisfacción a los
fumadores. Hasta ahora, su supervivencia se justificaba, sobre todo,
por las ayudas y subvenciones que recibían de la Unión Europea. Pero en
los últimos años éstas han desaparecido y los cultivadores han quedado
a merced del precio que están dispuestas a pagar las empresas
tabacaleras. «Nos están pagando a precio del año 83 y no ganamos todo
lo que gastamos», se lamenta Fernando. Este será el último año que
plantará las tres hectáreas de tabaco a las que dedicaba toda su labor
y que suponían el noventa por ciento de los ingresos que entraban a su
casa. Como él, muchos cultivadores se van a acoger al plan de
reestructuración del cultivo del tabaco que ha lanzado la Consejería de
Agricultura y que pretende que se incorporen a las explotaciones nuevos
cultivos, pero sin perder el tabaco. De esta manera, aquellos
agricultores que introduzcan nuevos productos a su cosecha -siempre y
cuando no coincidan con los cultivados en 2010- recibirán 4.500 euros.
En 2012, si se mantienen las condiciones, se pagarán 3.000 euros, y en 2013, una última ayuda de 1.500 euros. Cristóbal Blanco, presidente de la entidad SAT Tabaco, indica que los agricultores pueden elegir entre continuar con el cultivo del tabaco, manteniendo una hectárea de toda la producida, o abandonarlo por completo. «De los 309 cultivadores de tabaco que hay en la provincia de Granada, la mayoría se ha acogido a este plan continuando con el cultivo de este producto. Hay algunos que lo abandonan», indica. «Lo importante de este plan es que va a conseguir que se justifique el precio del tabaco y que no pierdan dinero, ya que lo recuperarán por otras vías, aunque las empresas tienen que ponerse las pilas si están interesadas en el tabaco. Esto es la ley de la oferta y la demanda», dice Cristóbal; un plan que en todo momento ha recibido el apoyo de FAECA Granada.
En 2012, si se mantienen las condiciones, se pagarán 3.000 euros, y en 2013, una última ayuda de 1.500 euros. Cristóbal Blanco, presidente de la entidad SAT Tabaco, indica que los agricultores pueden elegir entre continuar con el cultivo del tabaco, manteniendo una hectárea de toda la producida, o abandonarlo por completo. «De los 309 cultivadores de tabaco que hay en la provincia de Granada, la mayoría se ha acogido a este plan continuando con el cultivo de este producto. Hay algunos que lo abandonan», indica. «Lo importante de este plan es que va a conseguir que se justifique el precio del tabaco y que no pierdan dinero, ya que lo recuperarán por otras vías, aunque las empresas tienen que ponerse las pilas si están interesadas en el tabaco. Esto es la ley de la oferta y la demanda», dice Cristóbal; un plan que en todo momento ha recibido el apoyo de FAECA Granada.
«El futuro es incierto», augura Cristóbal, ya que,
pasados los plazos de las ayudas, no se sabe qué pasará. «Todo el mundo
trabaja para sobrevivir. Por lo que luchan los agricultores es porque
el precio final que pague la empresa sirva para seguir cultivando».
Cristóbal confía en el que tabaco no se extinga de la Vega granadina,
un cultivo ya tradicional en la zona, y, lo que es más importante, de
los que mejor vida lleva.
La aceptación de la Vega hacia el producto es muy
importante. Y el principal temor de los cultivadores que como Fernando
van a incorporar nuevas hortalizas a su plantación. «En la Vega ya no
hay nada por descubrir, se ha probado de todo y pocas cosas funcionan.
Además, si todos nos dedicamos a lo mismo, el precio se pondrá por los
suelos y no nos será rentable recolectarlo», expresa su miedo Fernando,
recordando lo que ya pasó con el espárrago el año pasado, uno de los
pocos cultivos que funcionan bien en la Vega y que muchos agricultores
le dedicaron un espacio y terminaron tirándolo «o vendiéndolo en las
rotondas».
No obstante, parece tener decidido que se dedicará a la
espinaca y a las habas de verdeo, aparte de dejar una hectárea para el
tabaco. Otro problema que tendrá será la venta del producto: con el
tabaco tiene asegurado que la empresa se lo comprará, aunque no se
determina el precio. Con las hortalizas, a no ser que se tenga un buen
contrato con alguna organización, no hay nada claro. «Casi todo lo que
se hace por aquí se destina a la exportación, porque en España no se
paga esa calidad», asegura Fernando.
Él ve el futuro más negro aún: «El tabaco va a
desaparecer de la Vega, de España e incluso de Europa, a no ser que los
empresarios paguen lo que deben», pronostica Fernando, que se lamenta
de que las grandes empresas se aprovechen de la mano de obra barata que
encuentran en otros países como los de Sudamérica. Todo un punto y
aparte a una vida dedicada al cultivo del tabaco. Y no solo él: su
abuelo ya se dedicaba a esta producción agrícola, al igual que su
padre, «que estuvo ayudando con nuestra plantación hasta que murió».
Ahora, es él quien la saca adelante, junto con su mujer Pepi. «Mis
hijas también ayudaban cuando eran más pequeñas, pero luego fueron a la
universidad, y ahora una es maestra y otra enfermera. No quería que se
quedaran aquí». Este verano, el hijo más pequeño, Fernando, ayuda en
todas las labores a la espera de comenzar su primer curso en la
universidad de Granada, donde estudiará Ciencias Medioambientales.
«Cuando trabajaban las niñas, con su mano me bastaba. Ahora tengo que
contratar a dos jornaleros para el verano», reconoce Fernando, que
asegura, además, que la parte que él se lleva de esta producción es
mucho menor que la que ganan las personas que él contrata.
Echando una mirada a su pueblo de toda la vida, Purchil,
asegura que las cosas han cambiado mucho. «En los ochenta, había más de
200 cultivadores en toda esta zona dedicados al tabaco; ahora quedamos
23», dice, hablando de este trabajo que, además, tiene una mayoría de
mano de obra femenina. «Antes no había mujeres que trabajaran fuera del
pueblo, porque tenían asegurados seis o siete meses de faena. Hoy,
pocas mujeres se dedican al tabaco». Mientras, junto a su mujer, que
está subida a una tabla a varios metros de altura colgando matas de
tabaco en el secadero, está su cuñada, que les ayuda «de forma
altruista», porque sabe que hace falta.
La planta que nunca muere
Todo el año están dedicados a este cultivo, que, según
Fernando, «es una planta que nunca muere, después de secarla sigue
viviendo». En marzo plantan las semillas, que facilita la empresa
después de que ésta las haya recogido de los cultivos de los
productores, las haya tratado con higienizador y antivirus, y las haya
recubierto de una materia inerte como el yeso para que sean manejables,
ya que el tamaño de una semilla es diminuto, y de un gramo pueden salir
entre 6.000 y 9.000 de ellas. Para sembrarlas, se colocan en bandejas
flotantes sobre el agua. En la segunda quincena de mayo proceden al
trasplante a la tierra definitiva y se riegan.
Cuando ya están altas, se les corta la yema terminal y
se les aplica un producto químico que impide que salgan los tallos
nuevos, ya que, de no hacerlo, tendrían que retirarlos luego todos uno
a uno. Más tarde proceden al proceso ya descrito: las cortan, las dejan
reposar para que pierdan el agua y las llevan al secadero. Allí
permanecen unos dos meses y tras esto se vuelvan a apilar y comienza el
deshoje, mata por mata, y clasificando hoja por hoja según la calidad,
que puede ser de primera, de segunda o de tercera. Luego, se introducen
en cajones y se aplastan un poco, creando fardos de unos 35 o 40 kilos.
Se envían a la empresa, que volverá a clasificarlo y pagará en función
de la calidad. «Soy administrador, gestor, organizador y obrero»,
señala Fernando. Sin saber qué pasará en el futuro con sus tierras y su
familia, habla de su labor en el campo: «Esta agricultura de la Vega
hay que trabajarla mucho para vivir de ella». Una labor que, cada vez
más, se ve interrumpida por los intentos de las instituciones de
expropiar tierras para fines que poco tienen que ver con la
agricultura. Pero ese tesoro que tiene Granada, la Vega, tal y como
dice Fernando, «hay que conservarlo como oro en paño».
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