Lugar: viernes 5 de julio. Lugar: Paraje de la Ermita de los Tres Juanes. Aforo: 1500 personas.
Una hora más tarde de lo anunciado, un retraso atribuido a los siempre socorridos enlaces aéreos que hicieron llegar a la banda con el tiempo justo para tomar algo y chequear líneas, en lo que fue una mini prueba de sonido con el público presente, el simpático saxofonista norteamericano Bill Evans presentaba sobre el escenario los temas de su último trabajo al frente de su banda Soulgrass.
El orden natural había sido alterado previamente para facilitar la disposición de los músicos de la Big Band de Atarfe, de modo que su actuación tendría que esperar a que concluyera la del cabeza de cartel en el primer día de los dos que componen el que es seguramente el más ilustre cartel presentado por el Festival de Jazz en el Lago en sus doce años de existencia. El hecho en sí es todo un motivo de celebración cuando asistimos día sí, día no, a la desaparición o a la reducción de cada vez más programaciones culturales. Que una localidad como Atarfe apueste por mantener este tipo de citas es encomiable y que sea capaz de conservar en activo un grupo de la calidad de la Big Band se acerca sencillamente a lo heroico.
El quinteto de Bill Evans venía presentando su último trabajo, Dragonfly, un álbum que sigue la estela del galardonado Soulgrass, del que toma su nombre el grupo, y que incide en esa misma senda de promiscuidad estilística. La esencia jazzística que imprime Evans a su fraseo se ve deliberadamente contaminada por el toque rockista de la guitarra de Mitch Stein, sustituto para la gira de Steve Lukhater, guitarrista integrante de Toto que grabó el álbum, por la exuberancia de las cuerdas del bajo de Etienne M'Bappe, por la versatilidad del batería Josh Dion y por el exotismo campestre del banjo de Ryan Cavanaugh.
El grupo abrió con Time y desde el primer minuto se metió al público en el bolsillo con sus escarceos entre el funk, el jazz-fusion, el rhythm&blues y el rock progresivo. Desgranando uno por uno los temas del álbum, se aplaudían los punteos de Stein, los escogidos solos de M'Bappe, que sorprendió al personal tocando el bajo con unos guantes que cubrían hasta las yemas de sus dedos sin que se resintiera su precisión, y la habilidad con el banjo de Cavanaugh, que aportaba al conjunto una sonoridad en principio ajena al jazz moderno pero que supo integrar a la perfección. Por encima de todos ellos, Josh Dion, en su doble papel de impecable batería y solvente vocalista, enamoró con su voz rasgada al respetable con sus interpretaciones.
El intermedio fue aprovechado para entregar los galardones por su labor de apoyo y difusión del jazz a Jesús Villalba, director de los dos principales festivales de jazz de la provincia, al periodista y escritor Jesús Lens y a la sala Granada Jazz Club. La noche caía sobre el lago e iba pidiendo manga larga mientras la Big Band de Atarfe se disponía sobre el escenario.
Tras abrir con su cantante titular, Sandra Morales, fue la insigne figura como invitado de David Pastor, uno de los más reputados trompetistas del país, la que recogió el testigo de solista al que acompañó el combo atarfeño, ejecutando impecablemente un repertorio mucho más ceñido al jazz tradicional del que habían desplegado sus predecesores. Los temas clásicos de Duke Ellington, Joe Henderson o Pat Metheny, entre otros se fueron alternando con alguna composición propia de Pastor, que dejó constancia en todos los casos de su versatilidad y el excelso dominio con que extrae notas de su instrumento.
La fiesta acabó con la incitación al baile que la banda guarda para finalizar sus actuaciones, y bien entrada la madrugada emplazó al público a repetir la noche del sábado con el suculento programa de jazz aflamencado previsto para el día siguiente.
Una hora más tarde de lo anunciado, un retraso atribuido a los siempre socorridos enlaces aéreos que hicieron llegar a la banda con el tiempo justo para tomar algo y chequear líneas, en lo que fue una mini prueba de sonido con el público presente, el simpático saxofonista norteamericano Bill Evans presentaba sobre el escenario los temas de su último trabajo al frente de su banda Soulgrass.
El orden natural había sido alterado previamente para facilitar la disposición de los músicos de la Big Band de Atarfe, de modo que su actuación tendría que esperar a que concluyera la del cabeza de cartel en el primer día de los dos que componen el que es seguramente el más ilustre cartel presentado por el Festival de Jazz en el Lago en sus doce años de existencia. El hecho en sí es todo un motivo de celebración cuando asistimos día sí, día no, a la desaparición o a la reducción de cada vez más programaciones culturales. Que una localidad como Atarfe apueste por mantener este tipo de citas es encomiable y que sea capaz de conservar en activo un grupo de la calidad de la Big Band se acerca sencillamente a lo heroico.
El quinteto de Bill Evans venía presentando su último trabajo, Dragonfly, un álbum que sigue la estela del galardonado Soulgrass, del que toma su nombre el grupo, y que incide en esa misma senda de promiscuidad estilística. La esencia jazzística que imprime Evans a su fraseo se ve deliberadamente contaminada por el toque rockista de la guitarra de Mitch Stein, sustituto para la gira de Steve Lukhater, guitarrista integrante de Toto que grabó el álbum, por la exuberancia de las cuerdas del bajo de Etienne M'Bappe, por la versatilidad del batería Josh Dion y por el exotismo campestre del banjo de Ryan Cavanaugh.
El grupo abrió con Time y desde el primer minuto se metió al público en el bolsillo con sus escarceos entre el funk, el jazz-fusion, el rhythm&blues y el rock progresivo. Desgranando uno por uno los temas del álbum, se aplaudían los punteos de Stein, los escogidos solos de M'Bappe, que sorprendió al personal tocando el bajo con unos guantes que cubrían hasta las yemas de sus dedos sin que se resintiera su precisión, y la habilidad con el banjo de Cavanaugh, que aportaba al conjunto una sonoridad en principio ajena al jazz moderno pero que supo integrar a la perfección. Por encima de todos ellos, Josh Dion, en su doble papel de impecable batería y solvente vocalista, enamoró con su voz rasgada al respetable con sus interpretaciones.
El intermedio fue aprovechado para entregar los galardones por su labor de apoyo y difusión del jazz a Jesús Villalba, director de los dos principales festivales de jazz de la provincia, al periodista y escritor Jesús Lens y a la sala Granada Jazz Club. La noche caía sobre el lago e iba pidiendo manga larga mientras la Big Band de Atarfe se disponía sobre el escenario.
Tras abrir con su cantante titular, Sandra Morales, fue la insigne figura como invitado de David Pastor, uno de los más reputados trompetistas del país, la que recogió el testigo de solista al que acompañó el combo atarfeño, ejecutando impecablemente un repertorio mucho más ceñido al jazz tradicional del que habían desplegado sus predecesores. Los temas clásicos de Duke Ellington, Joe Henderson o Pat Metheny, entre otros se fueron alternando con alguna composición propia de Pastor, que dejó constancia en todos los casos de su versatilidad y el excelso dominio con que extrae notas de su instrumento.
La fiesta acabó con la incitación al baile que la banda guarda para finalizar sus actuaciones, y bien entrada la madrugada emplazó al público a repetir la noche del sábado con el suculento programa de jazz aflamencado previsto para el día siguiente.
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