La lucha contra la báscula tiene momentos descorazonadores. Ocurre con demasiada frecuencia que una persona, después de batirse el cobre con los kilos, recupera el peso del que tanto le ha costado desprenderse. Es el llamado efecto rebote o yoyó. En un 80% de los casos, quien sigue una dieta de adelgazamiento fracasa a largo plazo. Para el presidente de la Sociedad Española para el Estudio de la Obesidad (SEEDO), Xavier Formiguera, hay causas hormonales y genéticas que explican la vuelta a las tallas anchas. «El peso del cuerpo viene determinado por influencias genéticas, que interactúan con factores ambientales», aduce Formiguera, quien destaca que una enfermedad crónica como la obesidad «se puede controlar pero no curar».
Existen elementos comunes entre un diabético y un obeso: ninguno de los dos puede abandonar el tratamiento. En el caso del exceso de peso, los investigadores han identificado un centenar de genes que pueden estar implicados en la aparición de la obesidad. Formiguera, endocrinólogo del Hospital Universitario Germans Trias i Pujol (Barcelona), asegura que en cada persona hay genes activos y otros, la mayoría, que están aletargados o silentes. «Una dieta rica en grasas, por ejemplo, puede activar genes ‘dormidos' y perpetuar el problema de la obesidad». Otros factores que ayudan a comprender el escaso éxito de las dietas hay que buscarlos en las hormonas. En un estudio reciente sostiene que hay dos moléculas, la grelina y la leptina, que de un modo u otro pueden incidir en la recuperación del peso perdido. Si bien todo ello puede inducir al derrotismo entre los afectados, Formiguera subraya que en la mayoría de las investigaciones se ha demostrado que el ejercicio físico es un elemento determinante a la hora de ganar la batalla a la obesidad y mantener a largo la rebaja de kilos.
La década que hemos dejado atrás arroja datos funestos sobre la prevalencia de la obesidad. La población afectada por el sobrepeso y la obesidad, cuyo Índice de Masa Corporal (IMC) sobrepasa la cifra 25, alcanza ya el 54%. En diez años los obesos (con un IMC superior a 30) han pasado de representar el 15%-16% a escalar un 20%. «La obesidad es mucho más prevalente en el sur de España. En Andalucía, Murcia y sobre todo Canarias, estaba hace cinco o seis años entre un 23% y un 24%», destaca el presidente de la SEEDO.
Esperanza de vida
Ante este panorama, Formiguera ve factible que España siga la senda de EE UU y sufra una rebaja de la esperanza de vida, que en la actualidad se sitúa en 81,2 años. «Claro que veo posible que la expectativa de vida disminuya en las generaciones siguientes a causa de la obesidad, que acarrea enfermedades cardiovasculares y metabólicas», apunta.
No por todo lo dicho se ha de tirar la toalla. El responsable de la sociedad científica aconseja a las personas dispuestas a someterse a una dieta que apuesten por pérdidas moderadas de peso, del orden del 10% o el 12%, circunstancia que genera un beneficio sobre la salud del 50%-60%. El paciente ha de ser consciente de que plantar cara a los kilos requiere un cambio en el estilo de vida.
El especialista considera un sinsentido que el Estado no financie el coste de los medicamentos que han probado su eficacia contra la obesidad. Xavier Formiguera aduce que probablemente los gobiernos tengan miedo a que se dispare el gasto farmacéutico de manera exponencial si decide sufragar estos productos. No obstante, estudios de organismos como los del británico National Institute of Clinical Excellence, que evalúa la relación coste-beneficio de los medicamentos, concluyen que es más rentable tratar la obesidad con fármacos específicos que abordar sus complicaciones.
A la gente se le puede prohibir fumar en lugares públicos, pero no comer en exceso. ¿Qué hacer entonces? Formiguera cree que se pueden aplicar medidas aprobadas en la llamada estrategia NAOS (Estrategia para la Nutrición, Actividad Física y Prevención de la Obesidad), que fue aprobada en 2005 y se ha arrinconado por falta de presupuesto. Con todo, una medida que el Ministerio de Sanidad está dispuesto a poner en marcha es el etiquetaje nutricional. «En la etiqueta de los alimentos envasados debería constar el contenido de grasas, especialmente de las saturadas», explica el presidente de la SEEDO.
Los pocos esfuerzos que se han hecho en materia de prevención han consistido en rebajar la grasa de las hamburguesas. Además, se ha procurado que las máquinas expendedoras de alimentos incluyan alimentos saludables, como piezas de fruta y productos acordes con la dieta mediterránea. «Tenemos la sensación de que es muy poco lo que se ha hecho; los pasos dados son muy tímidos», sentencia el experto.
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